Verde ambivalencia

Por Paz Concha

Durante la cuarentena y la pandemia han sido pocas las veces en que me aventuro al mundo exterior sola. Desde que nació mi hijo mis viajes suelen ser en su compañía o la de la familia completa en los momentos en que nos es permitido salir a la calle. En esta tarde del 15 de Abril de 2021 salí sola. Con un carro de compras de compañía, va vacío, voy sola y liviana. Para mí, poder salir sin acompañantes es a estas alturas un lujo, es una instancia que me permite concentrarme en mis sentidos y el entorno inmediato, afinar la observación y la sensación de mi cuerpo en el corto trayecto entre mi casa y la verdulería.

Salgo de mi edificio y la calle está prácticamente vacía, no veo ningún auto venir tampoco. Hay sol, viento y silencio. Esta salida me sirve para tomarme un respiro fuera de casa, me bajo la mascarilla justamente para eso, para respirar y sentir el aire en mi cara de manera libre. Suelo hacerlo cuando no hay “moros en la costa”, al bajarme la mascarilla siento que realmente estoy afuera.


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En este recorrido que hago a pie, voy poniendo atención especialmente a las áreas verdes y observo el paisaje; se me aparecen incluso un par de veces unas mariposas que sin duda alegran esta salida. A pesar de que el verde es mi color menos preferido, es el elemento del paisaje que me hace sentir más cómoda y contenta en las ciudades en que he vivido. Lo busco, y en las últimas dos veces en que nos hemos mudado hemos procurado vivir cerca de un parque. Hemos tenido ese privilegio.


El verde del paisaje me produce placer. Me ayuda a ponerme en contacto con mi cuerpo y sentidos: colores, olores, texturas, sombra cuando hace calor, humedad cuando ha sido regado hace poco. Se cuela en mi camino ofreciéndome algo para mirar en sus variedades de tonalidades, algo para oler cuando hay flores en primavera y hasta me aventuro a tocar los troncos, ramas, hojas o los frutos. El verde me invita a contemplar, a detenerme, a estar aquí y ahora, en este lugar sin más pretensión. Invita a relajar cuerpo y mente en medio de la vorágine del teletrabajo y la maternidad en pandemia.


La necesidad de áreas verdes en el espacio público para una mejor calidad de vida es algo que ha sido largamente estudiado no sólo desde el urbanismo sino también por terapeutas que incorporan este elemento para mejorar la salud mental y que ha sido incluido en las políticas públicas sobre áreas verdes en Chile.


En las calles del barrio de Ñuñoa donde vivo desde hace unos meses el verde es la norma. Este verde Ñuñoa es un verde elegante, es el verde pasto, verde oscuro, el verde de los suburbios. Le acompañan plantas, árboles, también frutales, arbustos, flores, improvisados huertos en los antejardines y junto a las veredas. Veo en la esquina un jardín que ha sido claramente planeado, con plantas ornamentales dispuestas en un orden armónico. En la siguiente esquina, una gran planta de zapallo (que pasados unos meses descubriré que era en realidad de alcayota) ha crecido enorme, libre, salvaje. También crecen tomates en un antejardín. Cada día que paso los veo madurar y ponerse más rojos. Van creciendo, pero nadie se los come. Tomates ornamentales. Más allá en el camino también crece un olivo cuyas aceitunas están comenzando a tomar color morado; unos metros más allá alrededor de un árbol hay tomates cherry. Tampoco nadie se los come, nadie los saca, sólo los observamos al pasar.


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El entorno de barrio acomodado permite no sólo el lujo del verde, sino del gasto de agua con regadores automáticos en casi todas las calles, con los que disfruto mojando mis pies cuando están encendidos. Este verde Ñuñoa es un verde poco democrático, no se distribuye de igual manera en todas las áreas de mi barrio y para qué decir, en toda la ciudad de Santiago. Este verde es difícil de alcanzar pues el cambio climático ha hecho que en Santiago llueva sólo esporádicamente en los inviernos. El que tiene plata para regar constantemente puede mantener ese verde, y eso es algo que no me gusta. Me gusta el verde, pero no me gusta ese verde. Es una sensación ambivalente; me interpela y me incomoda, aunque me agrada poder disfrutarlo.


Este pequeño trayecto tiene su punto cúlmine en el Parque Botánico/Plaza Pucará, el pulmón verde de este sector. Hoy está cerrado, pues en fase dos, los parques no están abiertos a público. Aún cuando es una necesidad, y las personas podrían visitarlo manteniendo la distancia. Con un poco de envidia, veo entre las rejas a los pájaros dentro que se bañan en las pozas que se forman luego del riego. Me subo la mascarilla porque hay gente fuera comprando frutas y verduras en una improvisada feria libre.






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En este recorrido mi cuerpo ha pasado por distintas sensaciones, ambivalentes, que se van formando no sólo desde la experiencia sensible del placer, sino de elementos cognitivos, mis ideas acerca de mi ciudad y mi sociedad, que me van generando incomodidad. Todo ello se manifiesta de forma simultánea cuando me relaciono con mi entorno inmediato de una manera más consciente y reflexiva, cuando salgo con un propósito, tomo un respiro y me permito divagar acerca de mi cuerpo en movimiento.