Un asunto de sentires: el rol de la intuición al hacer etnografía
Por Soledad Martínez
(de la serie El cuerpo como dispositivo de investigación, 2 de junio de 2020)
Caminando junto a Trinidad, noviembre 2015
Entre agosto de 2015 y mayo de 2016 realicé el que ha sido, hasta ahora, mi trabajo de campo más extenso. En él aprendí de manera encarnada, en el cuerpo, acerca de la “intuición etnográfica” o la “sensibilidad etnográfica”. Estos términos hablan de una habilidad que la investigadora o el investigador desarrolla durante el trabajo de campo y que es una suerte de refinamiento de la capacidad de poner atención a las experiencias de las personas junto a las cuales investiga en el campo o “informantes”. En pocas ocasiones se explica cómo se cultiva, por eso aquí quiero contar algunos detalles sobre mi experiencia en el desarrollo de esa intuición.
El propósito de mi investigación era explorar el caminar cotidiano en Santiago de Chile, más específicamente, cómo variaban las experiencias y la práctica del caminar según las condiciones socioeconómicas de los lugares en los que las personas vivieran y por los cuales se movieran (no siempre coincidentes). Mi trabajo de campo consistió, principalmente, en acompañar a trece personas, seis hombres y siete mujeres, en varios de sus recorridos cotidianos, especialmente en aquellos realizados a pie y luego reflexionar junto a ellas y ellos acerca de sus experiencias.
Pasar de mis preguntas de investigación iniciales a algo que pudiera considerar una respuesta -aunque creo que en nuestras disciplinas buscamos abrir conversaciones antes que dar respuestas- me parecía que era como tratar de saltar sobre un abismo. Se me apretaban la guata[1] y el pecho. ¿Qué cambiaba en las experiencias de mis informantes y cómo? ¿Qué cambiaba en el cuerpo de las personas cuando las condiciones para caminar eran distintas? ¿Qué resonaba distinto en sus cuerpos cuando el caminar se volvía pesado, riesgoso, cansador, obligado, peligroso, difícil o, por el contrario, grato, reflexivo, dinámico, tranquilo, o entretenido? Esas preguntas rondaban mi cabeza todo el tiempo. Mientras más caminaba con mis informantes, la diversidad de sus experiencias más abrumaba mi comprensión. Los caminares de las personas me parecían un entrelazamiento complejo de cuerpos, movimientos, materiales, infraestructuras, políticas públicas, reglas, sistemas de transporte, gestión municipal, creencias, recuerdos, emociones, subjetividades, entre muchas otras cosas, que me dificultaba distinguir elementos concretos que me permitieran construir un relato sobre cómo la desigualdad socioeconómica afectaba la experiencia de caminar.
Necesitaba generar una intuición que me sirviera de guía para tejer ese relato. Al hablar de intuición me refiero a una forma de percibir las dinámicas entre los múltiples elementos que conforman las situaciones que buscamos comprender y que se cultiva al participar de esas mismas situaciones. Diría que es una sensibilidad que se genera de manera recursiva, es decir, gracias a la experiencia recurrente de situaciones similares o de situaciones que resuenan entre sí. El antropólogo Thomas J. Csordas (2007, p. 106) dice que la intuición y la empatía en el trabajo de campo se dan de la mano de una “transmutación de sensibilidades” que ocurre cuando se tienen experiencias particularmente significativas. En mi caso, estas experiencias estuvieron dadas por momentos en los que me sentí especialmente compenetrada con la vida cotidiana de mis informantes. Hay que decir que las intuiciones que cultivamos al hacer trabajo de campo no son infalibles y se crean a partir de nuestras propias experiencias, valores, prejuicios, miedos, esperanzas, etc. Sin embargo, en mi caso, fueron necesarias para poder moverme en el terreno y, posteriormente, dar cuenta de lo que estaba investigando. Era una forma de conocimiento sensorial que me guiaba al relacionarme con las y los informantes y, luego, al escribir sobre lo vivido junto a ellas y ellos. Otra antropóloga, Ruth Behar (2003, p. 23), reconoce que la intuición le ayuda a complementar los métodos que utiliza en su trabajo de campo: “No solo utilizaba los métodos observacionales y participativos de la antropología clásica, sino que las sutiles formas de conocimiento que se encuentran en los inefables momentos de intuición y epifanía”.
Al caminar y moverme junto a mis informantes, me familiarizaba con sus ritmos, sus preocupaciones, sus alegrías, o sus incomodidades (muchas veces mi propia presencia era una incomodidad). Escuchaba sus historias sobre caminatas pasadas, sobre los lugares que recorríamos y sus comparaciones con otros lugares ya caminados (barrios más bonitos, más feos, más seguros, más inseguros, otras ciudades, etc.). Observaba lo que nos ocurría. Más de alguna vez viví momentos que desafiaron mis habilidades como caminante. Me fui transformando. Esas experiencias e historias moldearon una intuición que me permitió sintonizar con las vidas cotidianas de mis informantes. Fui recolectando sensaciones que permitían que sus experiencias de caminar resonaran en mí.
Aun así, las preguntas que me apretaban la guata y el pecho seguían ahí. No fue hasta el final del trabajo de campo que tuve un momento de iluminación que deshizo ese nudo de inquietud. Ese día había invitado a Trinidad, una de mis informantes que vivía en una comuna de ingresos bajos y que solía moverse a pie por lugares cercanos a su casa, a hacer el camino de otro informante que vivía en una comuna de ingresos medios. Mientras caminábamos a media mañana por calles solitarias en un día nublado, ella me hablaba de las diferencias que sentía entre caminar ahí y caminar por los lugares cercanos a su casa que recorría habitualmente. Sobre todo, me hablaba de las posibilidades que imaginaba al caminar por estas calles y que no veía en su barrio: se imaginaba en el parque que estábamos cruzando, con su hijo, relajada leyendo un libro y su hijo jugando. Eso no era posible en la plaza de su barrio, no de la misma manera. Mientras me explicaba esto, su paso era tranquilo, sus hombros distendidos. Entonces la guata y el pecho, que se me apretaban por no poder describir qué cambiaba cuando se camina por lugares diferentes y bajo circunstancias distintas, me dieron un respiro: ¡esto es!
No fue una revelación mística, ni mucho menos. No salí corriendo y gritando ¡eureka! Ni siquiera lo consigné en mi diario de campo. Fue solo la certeza de que tenía que volver a ese momento. Era una intuición que terminaría de cristalizar luego en el proceso de análisis que consistió, en parte, en revisitar los videos y los audios, y entre ellos, de manera especial, el audio de esa caminata con Trinidad. Algo había en el relajo del cuerpo de Trinidad y en sus ensoñaciones que me ayudaba a avanzar en mi pregunta de investigación, no sé si hacia una respuesta, pero, al menos, hacia algo más concreto. Ese momento me ayudó a entrever dos elementos de la experiencia corporal del caminar que me permitían dar cuenta de cómo las condiciones socioespaciales de los lugares potenciaban o restringían las prácticas y experiencias de las y los caminantes: el ritmo y la atención. No entro aquí en mayor detalle sobre estos elementos, pero los enuncio para no dejar abierto el suspenso[2].
Para poder investigar una práctica corporal como el caminar, necesité que mi propio cuerpo fuese herramienta de investigación. Al caminar y moverme junto a mis informantes una y otra vez, y al reflexionar con ellas y ellos sobre sus experiencias, mis sensibilidades transmutaron de forma tal que pude intuir que ciertos momentos eran reveladores de los elementos que, finalmente, me permitieron entretejer una historia que se correspondiera con lo que había vivido junto a mis informantes.
Personalmente, creo que hay que abrirse a explorar las intuiciones. Incorporar nuestros sentires a nuestras prácticas de investigación, tanto al trabajo de campo, como al análisis, la escritura y las lecturas, puede darnos pistas importantes acerca de lo que buscamos comprender. Quizás nos ayude a generar reflexiones más honestas y valiosas sobre las vidas de las otras personas, que son también, al final, reflexiones sobre nuestras propias vidas.
Bibliografía/lecturas recomendadas:
Behar, R. (2003). Ethnography and the Book That Was Lost. Ethnography, 4(1), 15–39.
Csordas, T. J. (2007). Transmutation of Sensibilities: Empathy, Intuition, Revelation. In A. McLean & A. Leibing (Eds.), The Shadow Side of Fieldwork: Exploring the Blurred Borders between Ethnography and Life (pp. 106–116). Oxford: Wiley-Blackwell.
[1] Vientre, barriga.
[2] Para más detalles ver https://discovery.ucl.ac.uk/id/eprint/10069934/