De vuelta en la calle: recorridos del cuerpo en cuarentena
En el contexto de las fases más estrictas de confinamiento, el 27 de marzo de 2021 comenzó a operar en Chile la banda horaria Elige Vivir Sano [1]. El horario se instauró con la finalidad de que las personas pudieran realizar ejercicios al aire libre sin necesidad de portar un permiso de desplazamiento de lunes a domingo entre 6:00 y 9:00. Esta columna plasma un registro de esas ventanas de tiempo y de movimientos en la calle entre el 11 y el 13 de abril, a partir de distintas descripciones perceptuales -kinéticas, visuales, térmicas y auditivas- que configuraron mis trayectos.
Providencia, Santiago de Chile, 7:30 AM
La calle está activa. Todos los días desde hace unas dos semanas ha estado así. Cuando la miro desde la ventana, reconozco un flujo constante de personas que contrasta con la escasa circulación del resto del día. El barrio se compone principalmente de calles residenciales con edificios de departamentos, bóvedas arboladas y jardines exteriores cuidados. Es un barrio central, cerca de una concurrida estación de metro y de uno de los ejes que cruzan la ciudad de Santiago.De la cama a la calle, desperezándose sin muchos pasos o pensamientos de por medio. Abrir la puerta: sentir en la cara el aire frío, el contraste de temperaturas. Siento mis piernas algo débiles, pinchazos en una cadera y en su conexión con la espalda baja. No he salido mucho y percibo una atrofia leve.
Anoto un resumen de las actividades corporales: ciclistas y corredores avanzan por las veredas o por las calzadas. Respiran fuerte. Sudan. Algunos ya tienen calor y van ligeros de ropa, aunque hacen unos 12 grados. Caminantes deportivos, y perros, muchos perros paseando con sus dueños, unidos por las correas que los enlazan. A las 8 de la mañana, madres con sus abrigadas guaguas [2] en cochecitos, algunos padres caminando con niñas y niños pequeños menores de 5 años. Adultos mayores autónomos se suman a la corriente. Hay también conserjes de los edificios que barren las hojas acumuladas durante la noche otoñal.
La vida de la calle de estos días, de estas mañanas en donde se eligevivirsano, está fuertemente asociada a la práctica de actividades deportivas. Correr, caminar, andar en bicicleta, son prácticas que comienzan a conformar un paisaje homogéneo de movimientos corporales posibles en esta área. Al mirar a todas esas personas, pienso en ponerme a correr, en tomar mi bicicleta y convertirme para paliar mi inercia. Hay una latencia, un deseo, pero también un bloqueo. Miro las vestimentas de colores encendidos, fluorescentes, los cascos, las calzas apretadas, zapatillas deportivas. Artefactos mecánicos, metálicos, con ruedas: la bicicleta, el scooter de los niños, los coches de las guaguas. Me encuentro con mi sensación de aburrimiento. La calle me tira fuera de la cama, el exterior invita (u obliga) porque es el único momento en que sin tantos pretextos se puede recorrer y permanecer afuera en la ciudad. Sin embargo, por estos días la vida urbana produce tedio y algo de tristeza. El problema que me incomoda es la recepción de un nuevo dictado: el de salir a ejercitarse de cierta manera, y a cierta hora, para sobrellevar este encierro.
Relatos del anhelo
Pienso en lo que extraño mientras deambulo. Veo a dos jóvenes sentadas leyendo a las 8:20 en una plaza cubierta por la sombra de los edificios. Están abrigadas y concentradas. Hace frío para estar quieta. Evoco las maneras de permanecer en el espacio público que ofrece el caminar, por ejemplo, la pausa ociosa, casi ajena a las motivaciones disciplinares del cuerpo deportivo.
Extraño a las y los adolescentes en las calles. He notado algunos en estos trayectos, que aprovechan de salir a esta hora con sus amistades. Es un horario posible de sociabilidad. En el estacionamiento de un supermercado, escucho a un grupo de skaters saltar y caer con sus tablas sobre el pavimento. Los diviso grabando videos de sus piruetas, intentos y aprendizajes. Me los encuentro trasladándose en otro punto de nuestros trayectos divergentes, cuando ya es hora de regresar a casa, a eso de las 9:00. En las derivas sin trazado evidente que realizo por las calles del barrio se repiten estas situaciones de coincidencia: reencontrarse con un dejo de pudor con alguien que antes iba atrás tuyo, a quien viste salir de un edificio, o con quien ya te cruzaste de frente. Damos vueltas en círculos.
Extraño la persistencia de lo distinto, las intervenciones expresivas que acontecen y se disponen en el espacio público. Compartir otras maneras de estar y moverse. La experiencia metropolitana, expansiva. La música.
Parches de luz y calor
Las calles arboladas del barrio dejan pasar poca luz en las mañanas, lo que hace del entorno un espacio húmedo y por sobre todo frío. En estas caminatas busco el sol, persigo los parches de luz sobre el pavimento que se cuelan por entremedio del follaje o entre los perfiles de los edificios. Trazo las líneas que dibujan en el suelo, sus fronteras tenues o rotundamente claras y determinantes en ocasiones. Me percato de la rapidez con que se mueven estos parches en el tiempo. Me detengo unos minutos a escribir en mi libreta a propósito de ellos, y la sombra ya me pisa los talones mientras la luz se me escapa.
Cada rayo de sol es un baño de calor para el cuerpo. Los siento sobre todo en las pantorrillas y adquiero conciencia de estos efectos térmicos en las piernas [3]. El sol penetra a través de la ropa y la piel, y es un placer sólo concentrarse en esto.
Transiciones térmico-visuales y la irrupción del estruendo
La luz fría, el entorno vegetal y la humedad me llevan a evocar una melodía del género musical del ambient. Sonidos vaporosos e imaginados recorren incesantemente mi cuerpo. La canción me acompaña mientras camino buscando la sensación placentera del calor del sol sobre mis pantorrillas.
Llego a Av. Tobalaba, una vía intercomunal de importancia en Santiago. El sol aquí ya está en todos los rincones de la acera que recorro. Sube la luminosidad y el calor corporal se expande al torso. Al inundarme ya de esta sensación, la atención comienza a trasladarse a otros espacios distantes del propio cuerpo. Comienzo a percibir visualmente los efectos de luz sobre los edificios, particularmente unos halos reflejándose sobre una gran superficie vertical. Me desconciertan porque no logro identificar la fuente que los proyecta. Desde este encuentro, entro en la sintonía de buscar y dar con más hallazgos lumínico-visuales.
Camino hasta la intersección de Tobalaba con Providencia y por Av. Apoquindo, que componen uno de los ejes oriente-poniente más importantes de la ciudad. El sol ilumina los desechos acumulándose en un local comercial vacío. Del metro salen algunas personas que llegan de otros sectores de la ciudad. Visten zapatos, cargan mochilas o bolsos. Predomina el color negro y el azul en sus vestimentas. No visten encendidas tenidas deportivas. Por la vereda del frente veo a una joven caminando a zancadas, apurada por llegar a algún lado. No es una deportista de la banda horaria; corre por apremio para tal vez llegar a tiempo a un trabajo. Otro tipo de prácticas se insinúan en esta parte del recorrido, que ya se ha excedido de las fronteras reconocibles del barrio arbolado y se asoma a la ciudad central.
En Apoquindo, un kiosco abierto mostrando sus productos me hace
detenerme. Portadas de revistas. Papel brillante. Extrañamiento. Leo los titulares. Me regalo
una pausa.
De pronto la música de un auto inunda el ambiente, generando un efecto acústico. El conductor espera el semáforo en rojo; la música sigue sonando fuertísimo e imprime un tono a la vida urbana aletargada. La caja de la calle amplifica la letra de Sr. Cobranza, de Bersuit Vergarabat, llegando a su momento de mayor intensidad:
¿Y AHORA QUÉ? ¿QUÉ NOS QUEDA?
Un acento. Una disrupción que reverbera en el cuerpo y que me recuerda que hay fuerzas que remueven en la práctica del caminar, en el ejercicio de tantear y tantearse. Espejeamos con la ciudad.
El camino de vuelta también está marcado por la atención a las luces,
pero en la relación de forma y fondo son ahora las sombras sobre la vereda las
que se esculpen en mi experiencia. En ellas comienzo a indagar. La silueta de una planta: estampada
en la vereda. Mi silueta se imprime en los muros junto al canal. Proyecciones de sombras sobre las superficies del
recorrido/incisiones de luz a través de las sombras. Experiencias urbanas y
sensibles de tiempos de claroscuro.
Sensaciones térmicas, auditivas y visuales efímeras se conjugaron en mi recorrido y aparecen en mi relato a modo de acentos, como aquello que logró cierta consistencia de la trama sensorial del trayecto y que se volvió asimismo comunicable a través de la escritura apoyada en algunas imágenes. Las sensaciones durante el recorrido a pie se muestran, se transforman, viajan. El relato apenas permite comenzar a comprender cómo ellas se empapan entre sí: lo kinético-táctil con lo térmico-táctil y su desembocadura en lo térmico-visual; la irrupción sorpresiva de lo auditivo en la secuencia; el traspaso de una preocupación táctil a una visual: luz/calor-sombra/frío, alojándose en el cuerpo y encontrando distintos modos de salir. Las (multi)sensorialidades de la experiencia afluyen como líquidos que se rebasan: son parcialmente contenidas e incontenidas por nuestras descripciones posibles.
[1] Manera de nombrar a los bebés o niños menores de dos años en Chile.
[2] Entidad y slogan gubernamental que se asocia a políticas y programas que promueven estilos de vida saludables.
[3] Hasta hoy (septiembre 2021), sentir el calor en las pantorrillas frías me devuelve el recuerdo de esas mañanas y de la realización de este ejercicio, como algo que sedimentó en el registro perceptual del cuerpo.