El cuidado que no para
Esta narración autoetnográfica surge de mis salidas con Luna, mi hija de tres años, en medio de rupturas y cambios familiares. Busco retratar la complejidad de la movilidad del cuidado con una niña pequeña y que no sólo es llevar a otra persona dependiente o ir a hacer una compra, sino que además de las motivaciones, también existe el cuidado durante los trayectos y que el cuidado nunca para. Quiero además mostrar la vivencia de la movilidad del cuidado cuando la crianza la realiza una sola persona, en estas nuevas configuraciones familiares y lo difícil y complicado que es.
La manera en que organizo la narración es a partir de viñetas con relatos de mi movilidad con mi hija en diferentes momentos y modos de transporte. Las movilidades son realizadas en la zona sur y centro de la Ciudad de México[1].
* Subir al asiento de copiloto del auto me hizo sentirme extraña, ya que mi lugar en los últimos años ha sido a lado de la silla de mi hija en el asiento trasero. Cuando salgo miro la calle, pero también la miro mucho a ella. Me siento apretada entre: mi perrita que cargo en las piernas, la puerta, el asiento delantero, el asiento infantil y el respaldo, con mis piernas apretadas entre su pañalera y todo lo que hay que cargar para salir juntos. Así que estar en el asiento delantero, me hizo sentir con demasiado espacio, con demasiado que ver.
* Una salida al acuario, la primera salida las dos solas. Nos vamos en coche, yo manejo y ella va en el asiento trasero en su silla de seguridad mirando hacia atrás.
Vamos a Polanco, una zona que conozco poco, así que tomo el Viaducto y Periférico, dos grandes vialidades primarias. Debería guiarme por el Waze, porque no sé por dónde salir, pero el celular lo tiene Luna para ver videos. A pesar de saber el nombre de la avenida para salir, el hecho de ir en una avenida de alta velocidad hace que me enfoque en los coches y sus movimientos. En el camino observo que el paisaje ha cambiado mucho y me resulta difícil reconocerlo. En esos lapsos, Luna me habla en su idioma que todavía no comprendo del todo, me dice algo del celular, no puedo mirar y le digo que me espere, que falta poco.
Intuyo que vamos llegando a la zona del acuario por los edificios y letreros, así que me incorporo al carril lateral a la derecha, y busco un lugar para estacionarme y poder mirar el mapa del celular, por lo que damos vuelta en una calle solitaria y soleada, estaciono el auto y voy al asiento trasero. Luna no tiene el celular, tampoco está en los asientos, ella llora de sueño, así que intento calmarla, pero termino arrullándola y se duerme, me inquieta el creciente calor del auto parado, la calle solitaria y yo sola con mi hija pequeña dormida. En cuanto puedo, la coloco suavemente en su asiento para que no se despierte y me pongo a buscar el celular, no aparece, miro en los asientos, en el piso, en cada lado, hasta que después de un rato de buscarlo, aparece en un intersticio entre el asiento delantero y las velocidades. Respiro, busco el mapa y ubico que estamos cerca y que la pila del celular se está agotando por mirar los videos.
Llegamos y trato de buscar un lugar para dejar el coche, hasta encontrar un centro comercial. Ahora es pensar lo necesario para bajar: su pañalera y su carriola. Aún dormida, cargo a Luna y la coloco en la carriola y trato de ubicarme en el estacionamiento subterráneo para encontrar la salida. Pregunto a personas la ruta para el acuario, caminamos un par de calles y llegamos.
Entramos y me doy cuenta de lo inútil de hacer el recorrido con ella dormida, así que la despierto. Entre tiburones y peces, caminamos por el acuario. A veces debo cargarla y al mismo tiempo cargar la carriola plegada, la pañalera y con todo eso trato de no pegarle a la gente.
Cuando acabamos la visita, estamos a punto de salir y empieza a llover. Ante esa panorámica decido que esperemos y vayamos a la zona de comida. Luna se pone a correr en el espacio lleno de sillas vacías. Solo hay otra familia que después se va, pero la angustia está presente. Al no tener casi pila del celular, debo estar pegada a un contacto de luz para cargarlo, ya que no sé como regresar a casa. Luna quiere correr y que la persiga, y me angustia perderla de vista y que alguien se la pueda robar, pero también me angustia dejar mis cosas solas, que mi teléfono se lo roben, o mi bolsa, con las llaves del coche, de mi casa, con mi cartera y dinero, que necesito para poder regresar. Me da miedo que se acerque a algún lugar donde se pueda caer, perderla de vista, y ella quiere que juegue y la persiga, la miro correr y se cae. Estamos comiendo y se echa a correr, a veces la persigo solo con la mirada y otras con todo el cuerpo. Me angustia que se vaya más lejos.
Después de comer regresamos al coche. La lluvia terminó y solo están las calles mojadas. Por fortuna, Luna se sube a la carriola y solo debo empujarla. Es un alivio salir de las calles desconocidas, llegar a las que ya conozco y tener la certeza de conocer las rutas. Me da tranquilidad ante la poca pila de mi celular.
* Después de meses de no ir al parque por el confinamiento y la pandemia, por fin podemos ir a uno. Con sus juegos de colores, Luna los ve y se emociona. Corre de uno a otro, son como un laberinto tridimensional, donde ella sube escaleras y recorre pasillos y puentes para llegar a la resbaladilla más grande.
En este lapso, para no perderla de vista, hay que seguirla y pasar por debajo de los juegos para alcanzarla a su salida de la resbaladilla. A veces, ella se detiene arriba de los juegos y desde abajo no logro mirarla. Así que empiezo a hablarle y preguntarle qué pasa, me muevo para buscarla entre los recovecos de los juegos y saber qué sucede, hasta que ella decide lanzarse.
Ella sale y corre a otro juego. Hay que correr detrás de ella. Me preocupa perderla de vista, que se pueda caer, que se vaya corriendo a otra zona, que alguien se la pueda llevar. Hay que mirarla todo el tiempo, no hay descanso cuando vamos las dos al parque.
* Es sábado en la mañana y Luna quiere ir a comprar un pan. Examinamos las opciones para ir a comprarlo y elige el triciclo-carriola: un triciclo con dos ruedas delanteras y un asiento infantil con cinturones de seguridad. Esta elección hace que analice qué ruta debemos tomar y decido que lo más seguro y rápido es ir por la banqueta de ida.
Al subir, puedo sentir las diferencias con una bicicleta normal: siento el peso de Luna en la parte delantera y siento la inestabilidad del suelo cuando se inclina por las entradas y salidas de estacionamientos.
Al ser sábado en la mañana la calle está vacía y solo cuando nos cruzamos con algún peatón decido bajar y caminar.
Al regresar, tomamos el arroyo vehicular y aunque se siente mejor la textura y casi no hay inclinaciones, sí sentimos la presión de los autos cuando van atrás de nosotras.
Luna insiste en que también quiere un jugo. Esto exige ir a otra calle con más tránsito vehicular en sentido contrario. Por lo que optó por empujar caminando las partes más transitadas. Llegamos a dónde venden el jugo y fruta, y Luna no quiere bajarse del triciclo porque hay abejas y le dan miedo. Así que debo dejarla en la banqueta y entro rápidamente a la pequeña tienda por la fruta y el jugo, sin dejar de mirarla.
Regresamos a casa, con alivio de ir en el sentido adecuado y de haber logrado esta salida juntas.
* Salimos de una actividad de Luna y hay que caminar para ir al coche y regresar a casa. Origen-Destino. Alrededor de 100 metros, dos calles. Sin Luna sería un trayecto de pocos minutos, un caminar directo.
Pero ella se detiene al ver un estacionamiento abierto en la banqueta con un poco de pasto y decide quedarse a jugar: ese espacio lo convierte de forma imaginaria en su casa y la casa de su muñeco. Jugamos a las “carreritas” y vemos quién corre más rápido y brincamos para alcanzar las flores del árbol de la banqueta.
Ha aprendido que no debe bajarse de las banquetas pero cada vez que se acerca a la orilla, me palpita el corazón de que cruce ese límite.
Pasamos alrededor de media hora en la banqueta jugando y me sorprendo de su forma tan distinta de mirar y vivir las calles.
La movilidad del cuidado no es solamente salir para ir a cuidar, es cuidar todo el tiempo. Se cuida con el cuerpo: mirando y observando que esa otra persona esté bien y no le suceda algo, al mirar el entorno y que sea seguro física y socialmente. Se cuida con la fuerza, cargando con el cuerpo y los objetos que se puedan necesitar, desde una carriola, pañalera, comida o juguetes. Se cuida al percibir la temperatura: si hace frío, calor o si llueve y cómo protegerle para que esté bien. Se cuida logísticamente al planificar la forma de movilidad y si es necesario una silla segura o un casco, al improvisar con las dificultades y conflictos que se cruzan en el camino. Se cuida con la escucha y la palabra, al hablarle, preguntarle si está bien y si necesita algo. Se cuida emocionalmente, al acompañar ante el aburrimiento, tristeza, enojo, cansancio o alegría. La movilidad y el cuidado se hacen todo el tiempo.
[1]Para quien no conozca la Ciudad de México (CDMX), debe saber que es conocida como “ciudad monstruo” y por sus grandes dimensiones resulta muy complicado conocerla y recorrerla toda. Esto sin contar con los constantes cambios en el paisaje y diseño urbano.