Diarios (de campo) de bicicleta
Por Paola Castañeda
(de la serie El cuerpo como dispositivo de investigación, 15 de septiembre de 2020)
Foto por Erick Tapia
Me hice investigadora pedaleando y, a su vez,
me hice ciclista investigando. No podría haber sido de otra forma: mi interés
por la geografía urbana nació a raíz de un encuentro con una masa de ciclistas
que vi pasar una noche en Bogotá. El interés que me despertó aquello a lo que
ahora le puedo poner nombre (“rodada”, “bicipaseo” o “cicletada”, según la
latitud) me llevó a darle un vuelco a mi proyecto de maestría; a mis prácticas
habituales de movilidad; y me obligó a educar a mi cuerpo con la bicicleta para
afinarlo como herramienta de investigación. Mi cuerpo, acostumbrado a las
prácticas sedentarias de mi primera disciplina, la historia, salió de los
confines del archivo para aprender a pedalear en el tráfico bogotano, y
aprehender la ciudad pedaleando. Lo que esta experiencia despertó me condujo a
profundizar sobre el ciclismo urbano y a investigar el activismo de la
bicicleta en América Latina como proyecto doctoral.
Este doble e indivisible proceso de aprender a moverme con la bicicleta y aprender a investigar con y desde la bici ha implicado el desarrollo de ciertas sensibilidades y de una correspondencia con el mundo. Esto es, siguiendo a Tim Ingold, un proceso de tornarse atenta y responsable[1] -- un proceso de educar la atención. De esta manera, he podido desarrollar una sensibilidad que comparto con mis sujetos de investigación: al desplazarme siento la alegría y el goce que mueve a las personas a movilizarse en pro de la bicicleta; siento también el desconcierto de quien ha afinado su visión de manubrio para percibir las desigualdades en la movilidad urbana y se organiza para exigir y proponer mejores condiciones de accesibilidad, caminabilidad y en el transporte público. Así, mi mirada académica sobre la ciudad en movimiento parte de la experiencia misma de moverme y acercarme a “lo urbano” desde las preguntas que surgen al andar, sola y con otras personas.
Con el tiempo mi máquina ciclista -- el
entrecruzamiento entre mis capacidades corporales y cognitivas y las
posibilidades que extiende la bicicleta -- ha ido incorporado destrezas y
sumado kilómetros. Es imposible no recordar el dolor en el pecho al llegar a la
cima de mi primer puente en mi primera salida. Tampoco podría olvidar lo
vulnerable que me sentía dando torpes pedalazos en una bicicleta ajena, sin
saber usar los cambios, con el tráfico amenazante pasándome de largo mientras
jadeaba para hacer el cortísimo ascenso que me reclamaba el patético estado
físico de mi cuerpo, agudizado por los 2600 metros que separan a Bogotá del
nivel del mar.
Los torpes movimientos de mis primeras salidas
han dado paso a agudizar los sentidos para poder negociar el tráfico con
confianza y adaptarme a nuevos entornos. Salir de Bogotá para
pedalear-investigar en Santiago y luego en Ciudad de México me obligó a
re-aprender y ajustar mi pedaleo a las facilidades y desafíos de cada
ciudad. Con todo, la constante del
tráfico inclemente de las grandes urbes latinoamericanas no permite que se
desvanezca por completo aquella sensación de vulnerabilidad. Pues bien, moverse
en bicicleta nos vuelve alerta a la susceptibilidad de nuestra condición
corpórea frente a las capacidades destructivas del automóvil - sin duda una
experiencia que anima a les activistas a reclamar “ciudades más humanas”. Es
así como me supe sumamente frágil y vulnerable cuando un bus del Transantiago
me pasó a escasos centímetros del manubrio; también cuando pedaleaba sola, bajo
el sol del mediodía, perdida y agotada, tratando de volver a mi casa en el
centro de la Ciudad de México, desde las afueras de la ciudad; cada vez que me
he enfrentado al acoso callejero; y he llorado de la angustia y el dolor viendo
mi rodilla pasar por varios tonos de verde y morado después de una fuerte caída
en una autopista. En efecto, si algo es cierto, es que cuando investigamos con
la bicicleta nos exponemos a golpes, caídas y cansancio; a los elementos y a la
contaminación; a los casi-accidentes.
“¿A dónde llevo mi cuerpo?” es una pregunta
que tuve que hacerme constantemente. En dar respuesta se conjugan mi (des)conocimiento
de la ciudad, la distancia a recorrer, o si iba sola o en compañía de otres. En
una cicletada, rodeada de cientos de cuerpos, puedo llegar más lejos y sin
mayor preocupación al saberme acompañada y cuidada por la dinámica del grupo,
si bien participar requiere de la destreza para pedalear cómodamente en una
masa. Asimismo, utilizar la bicicleta como medio y objeto de investigación me
permitió generar encuentros móviles y acercarme a los territorios que habitan
mis informantes en compañía de elles y sus relatos. Pedalear con otres, pues,
abre nuevos horizontes de posibilidad para la investigación, pero también
dificulta llevar un registro fidedigno de lo hablado y compartido en
movimiento: no podemos tomar notas mientras pedaleamos! Negociar entre estas
nuevas posibilidades y sus correspondientes dificultades ha sido un proceso de
experimentación. En un comienzo opté por grabar mis observaciones utilizando un
micrófono manos-libres, pero con el tiempo he preferido tomar breves apuntes en
mi celular en los momentos estáticos - “jottings”, o pequeñas palabras que
refrescan la memoria.
Afianzarme en cada ciudad e incorporar sus
particularidades a mi máquina ciclista extendió el radio de mis trayectos, pero
ninguna distancia es recorrida sin el recuerdo constante de que las mujeres en
el espacio público corremos un riesgo singular. Así pues, dónde llevar mi
cuerpo siempre está circunscrito por los espacios y tiempos de peligro (la
noche, la oscuridad, la soledad), y también por el deseo de reclamarlos. La
mirada feminista, también afilada en el transcurso de mi devenir investigadora,
nos permite acercarnos de manera crítica a la movilidad: nevegamos la tensión
entre la libertad y la exposición del cuerpo cuando vamos en bici, y podemos
articular una crítica feminista a la planificación urbana y del transporte a la
vez que nunca dejamos de suplicarle a nuestras compañeras, “Avisa cuando
llegues”.
No quisiera dar la impresión de que hacer investigación con la bicicleta es una experiencia donde se experimentan sólo vulnerabilidad y/o peligro. Lo cierto es que el disfrute de pedalear y de encontrarse con otres en la ciudad es parte de lo que me motiva a continuar con esta línea de investigación. Cuando mis informantes hablan de que “esto” no se entiende hasta que lo haces, lo entiendo -- entiendo que “esto” es un amor y una pasión a menudo desbordantes y que devienen de la emoción de andar por avenidas rápidas; de la tranquilidad que nos brinda pedalear al atardecer, o sentir el viento suave, o encontrar la mirada cómplice de otra personas en bici; del cansancio y el dolor que, extrañamente, se sienten bien; de pedalear y compartir con otres un recorrido (y una cerveza al final del recorrido); y de practicar la movilidad de una manera en la que el cuerpo y los sentidos se involucran plenamente, y nos permite educar la atención para aprehender la ciudad sobre dos ruedas. Ciertamente, al asumir el desafío de investigar la vélomovilidad he sometido a mi cuerpo a un régimen de movilidad que ha cambiado mi forma de habitar la ciudad, y de relacionarme con mi propio cuerpo: de saberme “floja” y sedentaria, el movimiento se convirtió en pasión -- algo por conocer a través del hacer.
[1] En inglés, el juego de palabras “responsive”
> “response-able” denota un proceso de incorporar la capacidad de responder
al mundo con el que nos encontramos. Ver:
https://www.frontiersin.org/articles/10.3389/fpsyg.2019.02378/