El cuerpo que materna es el mismo que investiga
Por Francisca Avilés
(de la serie El cuerpo como dispositivo de investigación, 1 de octubre de 2020)
En esta columna presento una reflexión sobre el cuerpo de madre lactante en el trabajo de campo, a partir de mi propia experiencia.
Cuando ya han pasado tres años y medio del nacimiento de mi hije, pienso retroactivamente que sería interesante hacer un registro y reflexión de los procesos y desplazamientos que vive el cuerpo durante el embarazo, el posparto y la etapa de la lactancia. La noción de desplazamiento permite pensar en los movimientos que ocurren íntimamente a través del cuerpo, pero también convocar los traslados y lo que nos ocurre en nuestros recorridos por la ciudad como madres, evocar las sensaciones y fenómenos particulares que (nos) pasan en la calle.
En términos físicos, es sabido que varios órganos atraviesan por lentos cambios de estado, por movimientos de expansión durante el embarazo, y de contracción en el posparto: el útero, los entuertos, la piel del vientre que comienza lentamente a recogerse, tardando tal vez años en ese proceso. Inicia la lactancia que provoca inflamaciones, bultos, congestiones, pero también laxitudes y estados oscilantes de llenos y vacíos. La propiocepción tiende a agudizarse y hay un re-conocimiento intensivo de ese nuevo cuerpo de puérpera, rítmico, como un territorio por aprender.
Hay también otros desplazamientos en el orden de los pensamientos, de los sentidos de urgencia, de los márgenes de tiempo de la vida práctica lejos del hogar. La salida de casa, por ejemplo, se reconfigura durante la lactancia, lo que significa calcular las horas fuera antes de volver a amamantar. Solemos conocer de oídas los relatos de tácticas y estrategias de madres en su regreso a algunos tipos de trabajos, y en ese sentido, esto que menciono no es nada nuevo. Sin embargo, en relación a los temas que nos convocan, lo que quiero precisar y exponer es que ese cálculo de horas no es sólo cuantitativo, con medición en minutos, sino que es el mismo cuerpo el que comienza a avisar, como una bomba de tiempo. Hay una latencia que se toma los lugares de la caminata, que avisa en la micro, en el metro. Esté cerca o lejos de mi hogar, lo que emergen son señales orgánicas de un ritmo correspondiéndose con el de otre en la distancia.
Estos recordatorios del cuerpo modulan la experiencia urbana del desplazamiento de una madre lactante. Se intensifica la presencia de un lazo físico y amoroso, pero también restrictivo, por qué no decirlo, que transforma las relaciones entre lo íntimo y lo público en la calle. La ciudad pasa a experimentarse bajo el recordatorio del regreso a casa, para nutrir, vaciar el cuerpo tensado, y re-unirse en el lecho, agitada o tiernamente, en el mejor caso.
Reflexiono sobre esto porque a los seis meses del nacimiento de mi hije salí a hacer la etapa más intensa de mi trabajo de campo, que consistió en realizar caminatas por Santiago acompañando a los participantes de mi investigación doctoral en sus recorridos habituales. La tesis exploró cómo aparece y se significa la ciudad caminada cotidiana desde lo sensible. Esto vincula las percepciones mediadas por los sentidos con ejercicios de memorias que se anclan a los lugares, develando ineludiblemente las relaciones y aspectos políticos de tal experiencia. En el trabajo de campo, las caminatas fueron siempre distintas con cada persona. De las veintisiete, cada una de ellas tuvo extensiones variables en tiempo y longitud, abarcando comunas diversas de acuerdo a las rutas que cada persona consideraba como sus cotidianas.
En esta manera de reincorporarme a la investigación como madre lactante, intenté hacer lo propio de un trabajo etnográfico: acompañar a mis participantes, para así lograr comprender su apreciación estética del camino bajo sus propios esquemas y cadenas de actividades. Pero no podía estar lejos de mi hije más de medio día y si bien esto no fue demasiado problemático, en algunas ocasiones tuve que retirarme del campo pese a tener la posibilidad de seguir acompañando a mis participantes, investigando. Tampoco, por ejemplo, busqué caminatas de noche. No habría podido hacerlas. Por el lado más obvio, estaban las necesidades de alimentación de mi hije, pero lo que quiero traer como imagen, al frente, es mi propio cuerpo avisándome -latiendo con mamas inflamadas y endurecidas, de esta necesidad de regresar. Algunas caminatas fueron largas, al sol, con calor, deshidratantes si no tomaba precauciones. No reniego de todo esto; sólo busco expresar que nuestro trabajo de campo en prácticas de movilidad cotidiana, como madres lactantes, puede ser intenso y demandante a nivel físico y psicológico.
Hoy, con la distancia del tiempo y desde mi experiencia personal, me pregunto qué tanto podemos transparentar de estos procesos (de vida y cuerpo) sin sentirnos impostoras. ¿Pueden ellos emerger con mayor honestidad en nuestras investigaciones? ¿Cómo trabajamos para aceptarlos, incluirlos, validarlos? ¿Por qué, aunque haya una conciencia de su importancia, tendemos más bien a omitirlos?
Personalmente, la ciudad se me abrió durante ese tiempo. Después de casi un año con mis energías puestas en el nido, las personas me la enseñaron y yo aprendí de ellas y de sus propias maneras de caminar y habitar, al tiempo que recorrí otro camino de aprendizaje propio: re-aprendía a caminar habitando este nuevo cuerpo en sintonía con los requerimientos de otre más pequeñe, como un proceso paralelo al de mi investigación, al de la calle, al de la ciudad de mis participantes. Como ya algunas colegas han dicho a lo largo de esta serie de columnas, el trabajo que atiende a otros cuerpos siempre espejea y reverbera con el propio cuerpo, sintoniza con nuestras sensaciones y con la ciudad que encorporamos. Apuntamos al horizonte compartido. Y esto es alentador porque permite también hacerse preguntas reflexivas: ¿cómo llevar esto a cabo cuando en el campo ‘tomas nota’ de ese otro que es tu participante, pero al mismo tiempo te vas aproximando a tu propia diferencia en proceso? ¿Cómo haces esto cuando tu cuerpo está aprendiendo a estar de nuevo en la calle con sus tiempos maternantes? El cuerpo no compartimenta las esferas de la vida. Maternidad y trabajo, o maternidad e investigación, en este caso, siempre se entretejen y reúnen a través del cuerpo. La lactancia fue solo la cara más palpable de estos múltiples y nuevos desplazamientos.